(Publicado hace años en la
revista Rockaxis, en mi desaparecida columna "Paisaje Sonoro")
Los noticieros que hablan de la crisis hacen eco en mi
cuerpo, tengo frío, trato de re encarnar, peor no se puede. Primero hay que
morirse de verdad. No me atrevo a eso, cuido mi salud. Entonces cambio de
canal, a ver si no pasa nada de nada:
Aparecen unas modelos vestidas para la bacanal del rey de
los cielos. Sus sensuales pellejos no impiden pensar. Tendré que tomar, por lo
visto, algo más fuerte.
Apago entonces el televisor y salgo a caminar como si nada,
como si todo. Avanzo entre los escombros de la ruina: supermercados donde todos
compran y se endeudan sin chistar, buses repletos de ovejitas humanas que ya ni
saben balar, ganado bien puesto en sus dos pies, oyendo música en silencio, o
leyendo un diario gratuito donde, cómo no, le siguen hablando de la crisis.
Avanzo y avanzo hacia el trabajo. El viaje puede ser largo o corto según me
duerma, si es que agarro asiento, o según lo que vaya leyendo. Me abstraigo
todo lo que puedo con un libro en que hablan de las estafas del rock, pero eso
es otra historia. Me hundo en el metro y avanzo otro poco más.
Porque la historia de hoy es la crisis y la mega estafa. Los
dueños de todos los cielos tienen negocitos que de un momento a otro les
dejaron de funcionar, ese es el asunto. Dejar de funcionar quiere decir que ya
no ganan el 200% habitual, sino que apenas un 75% o un 50%. Y así no hay
economía que resista, vale. Entonces viene el rescate. Como quien rescata un
náufrago que flota en un mar de plata agarrado a una balsa de oro. OK, no pagues
tus deudas, nosotros te lo pagamos, dice el Estado gringo. Y todo sigue
funcionando.
Esta belleza de relato no es tan lejana. Hace unos 30 años
pasó lo mismo acá, y la billetera fiscal salvó a unos cuantos banqueros.
Algunos de esos incluso se murieron sin pagar las calillas que dejaron. Son de
bancos ilustres, instituciones honorables, que te revientan sin asco cuando te
atrasas en la cuota dos mil del préstamo con el cual compraste la vida de
mierda que llevas.
He llegado a mi destino. Salgo del túnel esperando ver los
restos del tsunami de la crisis que amenaza con llegar. Pero eso aún no nos
sucede, respiren tranquilos, no se nos vaya muriendo nadie, que este país es
fuerte. Hay reservas morales, físicas y financieras. El señor de todos los
cielos chilenos está tranquilo. Sus chicas siguen posando en las revistas, en
la franja escultural de la televisión. ¿De qué crisis me hablan, por la cresta?
Yo sigo trabajando, tú también, por los siglos de los siglos.
Y si mañana el descalabro nos alcanza, y tú no puedes pagar
las cómodas cuotas de tu existencia, no te preocupes, que siempre habrá alguien
listo para saltarte al cuello y comprar tu cartera, tus horas y tus años. Se te
achicará el pago mensual, se alargará el plazo, pero tú seguirás vivo y coleando,
como si nada, mirando enfebrecido cómo se contonean esas chicas en la pantalla,
sonriéndole a las cámaras del señor de los cielos, mientras baboseas, esperando
que no se venza tan luego el siguiente dividendo.
Y en una de esas, cuando se extinga la deuda, capaz que te
alcancen las monedas para arrendarte por media hora los servicios de una de
estas, o alguna que se le parezca en la oscuridad de tu noche.
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