Este texto lo escribí hace unos 10 años. Me lo publicó el sitio de la BBC,en un concurso para lectores.
En todo el mundo la moneda representa cierto poder
. En Chile, este simbolismo alcanza el límite. Veamos
En el siglo XVIII se construye un palacio para
acuñar dinero, conocido hasta hoy como Palacio de La Moneda. Con el tiempo,
pasó a ser sede del poder político. Hasta mediados del siglo XX, los
gobernantes ejercían allí sus funciones y también residían en él.
En su estado actual, este palacio no es 100%
original, sino que es una “reconstrucción”, ya que durante el golpe de estado
de 1973 fue bombardeado. Más adelante, sufrió reformas para mejor representar
al nuevo poder entronizado. Fueron suprimidos lugares simbólicos, especialmente
relacionados con el derrocado Salvador Allende.
El dinero chileno también sufrió cambios. Se
volvió desde el “escudo”, que duró una década, al “peso”, vigente hasta hoy.
El metal acuñado en tiempos de Pinochet
presenta dos ejemplares notables: las monedas de 5 y 10 pesos. Estas muestran
un ángel, con los brazos abiertos, ostentando unas cadenas rotas, bajo la
leyenda “libertad”, y la fecha de la emancipación: 11-IX-1973.
Estas pasaron a ser un símbolo poderosísimo. De
hecho, una costumbre “rebelde” de aquella época, que practicamos con
entusiasmo, consistía en marcar con un objeto punzante dicha moneda, para unir
los eslabones.
En 1990, cuando
vuelve la democracia, La Moneda se ocupa de manera tímida, conservándose las
reformas arquitectónicas, con sus pasillos secretos y sus fortificaciones.
Con las monedas también hubo timidez. Estas no han
sido sacadas de circulación aún hoy. Se las ha reemplazado paulatinamente por
otras con otro diseño. Las anteriores siguen vigentes, recordando la
permanencia de un poder supuestamente pasado.
Muchos de nosotros, en nuestra niñez, caímos en la
tentación de la numismática. Pocos son perseveraron hasta adultos con ese
intento. Soy uno de esos, con una pequeña diferencia: sólo colecciono monedas
de diez y cinco pesos de la dictadura. Estas van a dar a un tarro de cerveza. A
veces las cuento y las ordeno, observando pequeñas diferencias que haya entre
ellas: año de acuñación, efectos del uso. Muchas están ennegrecidas, otras
gastadas, algunas perforadas como para usarlas de medalla. Las que tienen algún
maltrato son las que más me interesan.
Un detalle: no ha llegado a mis manos ninguna de
aquellas monedas que, con tanto entusiasmo arañábamos para unir las cadenas
rotas del ángel. Esa es la medida del efecto de nuestra rebelión contra el
poder que acuñó esos dineros.