Abrirse a las obras solistas de Brian Eno es
entender una premisa reconocida como ley de este universo: menos es más. Y no
hablamos sólo de la construcción con el mínimo de elementos, (a estas alturas
que se habla hasta del “post minimalismo”), sino que el supuesto es la
tranquilidad, la pausa con la que el artista elige y decora sus composiciones,
entregado a un ritmo que convierte cada pieza en un evento casi atemporal. Qué
a este resultado se le llame “ambient” puede ser bueno o malo, según se utilice
con real intención artística o solamente como un cliché sin contenido. La
diferencia es clave, y Brian Eno opera con facilidad en ese territorio.
Desde esta perspectiva, Brian Eno ha tenido el
valor de inocular estos valores no sólo a sus creaciones individuales, sino que
ha sabido definir buena parte del sonido de la música popular del siglo XX. Quizás
esa es una de sus mayores gracias. Porque si lo juzgáramos sólo por su canon
solista, no sería raro que Eno figurase en un listado de compositores de
estricta elite, sin acceso a lo masivo. Pero Eno nació en plena era del rock de
vanguardia, y ahí es donde desarrollo sus peculiares visiones, ya sea como
compositor como en su fructífera veta de productor, que no vamos a descubrir
aquí.
Pues bien, después de algunos años de silencio
discográfico, Brian Eno vuelve a las canchas con su obra “Lux”, su tercer
lanzamiento bajo el sello Warp. En estricto sentido, “Lux” es en realidad parte
de un concepto mayor, ya que la música de este disco está hecha para acompañar
un proyecto visual de Eno. Y es que un espíritu inquieto como el suyo no se
conforma con una sola forma de expresión. Así, su placa 2012 acompaña la
exhibición de un trabajo expuesto en la ciudad de Turin, Italia, este mismo año.
El total es coherente con la estética musical de Eno. Música que no está
destinada a capturar la atención del auditor, sino que acompaña a éste en una
exploración sensorial de más amplio espectro. Pero eso puede ser lo más
interesante de este tipo de proyectos de Brian Eno: que una obra hecha para
funcionar en un determinado contexto (galería de arte, proyecciones, plástica),
sea capaz de generar sensaciones y ser parte de otro entorno, con receptores
que bien pueden no tener la menor idea de que lo que oyen es la fracción de una
propuesta. O casi, ya que la edición en vinilo del disco incluye 4 impresiones
artísticas, con imágenes diseñadas por Eno, de 30 x 30 cms. En CD, los impresos
miden 12 x 12 cms.
En cualquier caso y para lo que nos convoca,
la música de “Lux” remite a lo mejor de Brian Eno, en estado de gracia y
pureza. Selecto y efectivo, la obra es una calmada suite dividida en cuatro
partes. La duración de cada una es casi simétrica: dos de ellas duran más de 18
minutos, mientras las otras dos suman poco más de 19. EL total son cerca de 65
minutos.
Los nombres de cada uno, simplemente Lux 1, 2
3 y 4. Sin más señales ni conceptos, sólo queda entregarse a la sensación.
Pasados por el tamiz de la producción sonora
de Eno, los instrumentos utilizados adquieren una nueva dimensión y
profundidad, haciéndose etéreos e irreconocibles. Acá hay pianos, violines, violas y guitarras,
pero tocados y procesados de tal manera que lo que aparece es el sonido en su
expresión más limpia. De todas formas, un distinguible piano gobierna todos los
movimientos, en un uso que, lejos de ofrecer acordes o melodías reconocibles,
aparece con suaves pulsos o golpes que van puntuando el lento desarrollo de los
temas. Si hubiera que encontrar alguna referencia, indudablemente el nombre de
Eric Satie se anota como ineludible. Un Satie aún más despojado de adornos, si
es posible. Lento pero nunca doloroso.
Y dentro de esos pulsos desde el piano, el
resto de los instrumentos poco a poco se hacen cargo de llenar el ámbito con
sus texturas. Por momentos, el protagonismo queda a cargo de la guitarra Moog
de Leo Abrahams, sonido que recuerda un poco al Robert Fripp setentero, como
una versión más limpia y delicada de aquellos “frippertronics”. El color final
de las composiciones es dado por las violas y violines de Neil Catchpole y
Dutchess Nell Catchpole, para completar un cuadro musical de pocos tonos pero
de mucha profundidad. Todo eso procesado y editado por el propio Eno en
colaboración con Peter Chilvers.
Puesta en la perspectiva del resto de la obra
de Brian Eno, “Lux” queda muy bien posicionada. Porque hay coherencia entre
esta versión 2012 de sus composiciones y aquellas pioneras grabaciones como “No
Pussyfooting” o “Music For Airports”. Hay una delicada línea conceptual que une
esta placa con las cumbres clásicas de Eno. Y. más allá de que “Lux” sea
efectivamente el componente de una puesta en escena mayor, creemos que el disco
se sostiene perfectamente por su propio peso. Y no nos engañemos: no se trata
de música para acompañar nada, ni para meditar ni como rumor de fondo. El
auditor no debe dudar un segundo en involucrarse y dejarse llevar por el todo
de esta música. Es una de las opciones, y no dudamos en llamar a hacerlo. Es sonido limpio y delicado. Es una llamada a
bajar el ritmo del día a día. Una suave irradiación que no busca iluminar nada,
sino que sólo invita a disfrutar de su presencia, nota a nota, fotón tras
fotón. Sonido, silencio, concentración, levedad: cuatro interpretaciones de la
luz. Brian Eno en su más pulcra expresión.
Pablo Padilla Rubio