Esto era esperable: que escribiera alguna vez acerca
de ti. Que escribiera, digo, un texto que no fuera un poema suelto por ahí, un
homenaje versado que despidiera algún marzo que ya olvidamos, que tratamos de
olvidar.
No me pienso quedar con las imágenes que de ti hay
en muros, afiches y panfletos. No. Me quedo con algo más usual, también un poco
obligatorio: la última vez que te vi. Enero de 1985, Persa Estación Central. Nos
saludamos brevemente, apretón de manos, un par de
preguntas cordiales y cada uno a lo suyo. Yo recorría los pasillos preparando
mi ida a Valparaíso, a la caza de alguna mochila barata. Por lo mismo, cuando
te vi pensé que también preparabas algún viaje, buscando un bolso para tu
travesía. Tres meses después, estabas muerto.
Tres meses después. La Parvu me llamó a la casa
(nunca me llamaba), y me preguntó “¿Es él, cierto?”. Y yo, que a hasta ese
momento nunca había sabido tu segundo apellido, ahora si que lo sabía. Y sabía
que ese muerto de las noticias, ese muerto perdido y olvidado entre otros
muertos, eras tú.
Es difícil hacerle el quite a tu estatus de héroe
popular, de ícono de una época y toda esa carga que ponen sobre ti. Yo recuerdo
un joven y flaco Pelao Vergara , que en la cercanía era más bien tímido, pero
que puesto sobre la mesa del casino en medio de una asamblea del Glorioso
Pedagógico se transformaba en líder natural de una insurrección a medio hacer. Y
ahí ya estoy otra vez en lo del héroe, ¿ves?
Eras bien flaco. Siendo yo también muy delgado, tu
delgadez tenía algo distintivo, algo que recién logré codificar hace poco,
revisando una fotografía tuya que alguien publicó en el Facebook. En ella estás
sobre una tarima en pleno patio del Peda. Tras tuyo algunos lienzos con
consignas. Tú te diriges a las masas. Masas que no salen en la fotografía. En
realidad, en la foto sales solo. Sólo en medio de la rebelión a medio hacer que
conducías. Solo y flaco. Y muy serio. Hablándole a nadie. Tu delgadez asoma en
esa foto como un gesto de ascetismo, de renuncia, de abandono y entrega. Pero
una entrega sin dramatismo. Apenas un deber que te echaste al hombro sin
quejas. Le hablabas a un patio vacío donde se supone que se incubaba una
rebelión que se perdió entre las calles. Si: en esa foto podrías ser también el
héroe que se supone eres. Pero estás solo. Y supongo que, para variar, la voz
no te temblaba.
Discutimos varias veces de política, o de lo que
nosotros entendíamos por “política”. Estábamos en sectores distintos de la
misma trinchera. Que Guerra Popular, que Rebelión, que Insurrección, sutilezas
y matices de una misma derrota. No sabíamos (no queríamos saber), que para que
este asunto tuviera una épica definitiva, había que tener una muerte a mano. Y
para el caso, bien sirvió tu muerte. Otra vez el héroe. El héroe que, supongo,
no querías ser. Que no debiste.
Hoy, querido Pelao, a la edad en que te mataron,
podrías ser hijo de cualquiera de nosotros. Tus fotos calzarían con las fotos
de algún álbum familiar, recuerdos de un pasado borroso que nos podría alegrar
al verlo de vez en cuando. Eras un niño con deberes de viejo, como todos lo
fuimos en su momento ahí en el Peda. Pero sobrevivimos. Sobrevivimos a esas
discusiones bizantinas acerca de vías, procedimientos, alianzas y retrocesos. Sobrevivimos
a la rutina criminal y al cerco de la historia. Sobrevivimos al gris verde de
esos días. Pero tú no sobreviviste. A ti te alcanzaron.
Tres meses antes de tu muerte yo preparaba mi gran
viaje. Y creía que tú estabas en lo mismo. Tres meses después, cargué sobre mis
hombros tu ataúd durante un rato, en ese largo peregrinar que fue tu funeral. Eras
un muerto liviano. Me asombró la ligereza del cajón. Flaco que eras. Yo creía
que los héroes pesaban más. Pero no. Tal vez el peso se aliviaba porque éramos
muchos los que te cargamos hasta el nicho donde quedaste. Yo me metí en un
sepulcro vacío para escuchar, llorando, los discursos dichos en tu honor. Tu
hermano Pablo (igual a ti, lo mismo que tu hermana Ana Luisa), habló sobre ser
fuertes y ser inteligentes. Que no peleáramos con los pacos a la salida de la
sepultación. Le hicimos caso, por lo menos esa vez. Nos fuimos en paz cada uno
a su lugar. Héroes, mártires, apenas nuestros queridos difuntos. Un niño solo
en una foto. Un niño paseando por el Persa Estación. Una discusión que nadie
ganó.