Repaso mi vida
laboral. Sostengo que de la visión de cada uno de los lindos jefes que he
tenido, debe deducirse una especie de visión de lo que ha sido la democracia en
Chile.
Fui a dar a un medio de comunicación extraño. Sigo ahí. Pero
en la primera pasada, trabajé al servicio de una empresa externa del medio. El
dueño era otra vez un compañero, otra vez del PS. Había contrato y leyes
sociales, pero como el tipo vivía bicicleteando deudas, le dolía el alma tener
que pagar el sueldo. Cada fin de mes se repetía la misma ceremonia: uno pasaba
por su oficina y él decía “¿Cuánto necesitai?”, como si hiciera un favor. No
era raro que, con sus conocimientos de marxismo, tratara de convencerlo a uno
de que el que se aprovechaba era el trabajador, abusando de su generoso
capital. Por lo mismo, a los dos años me cansé y me fui a trabajar a otro lado
donde, por lo menos, me pagaban más y sin discusión. El compañero socialista murió
años después, desgastado por su intensa vida. Es protagonista de algún libro perdido
por ahí. Años 1996 a 1998.
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