domingo, 10 de agosto de 2014

Una piedra y un camafeo

Texto presentado en el Taller de introducción a la poesía de Roberto Merino, en la UDP.

Una piedra
Una piedra que es un fósil.
Una piedra que tengo en el escritorio de mi pega, a la derecha del monitor del PC.
Esa piedra fósil es el primer objeto que se me vino a la mente cuando Roberto Merino dijo "traigan un objeto".
Una piedra con pequeños fósiles. Conchitas y unas rayas que podrían ser restos de hojas. Siempre que la miro pienso que es un mariscal de la prehistoria.
Esta piedra la recuperé hace un par de años. Fue uno de los últimos objetos que saqué antes de arrendar la casa de mi madre, Sonia Rubio Muñoz. La casa donde ella falleció. La casa donde estuve junto a ella hasta el instante de su muerte.
La piedra estuvo allí, junto a otros objetos remanentes que quedaron después de abandonar la casa: libros, muebles desarmados, maletas y cortinas. La piedra me la llevé a la pega, para ocupar un lugar frente a mis ojos en el día a día de lunes a viernes, y algún ocasional domingo o feriado.
No soy de tener fotos en el escritorio. Con esta piedra me basta y me sobra.

La piedra es contundente, no muy agraciada, pero ese peso me protege. Quiero creer que me protege. Hay gente que pone catus junto al monitor, y dice que absorbe las malas energías del aparato. Yo tengo una piedra llena de fósiles, seguramente recolectada por mi madre en sus eternas caminatas por Chile. Ella recogía piedras. Yo no lo hago. Me basta con esta piedra suya. Ahora que ya la mostré en el taller, ahora que ya escribí un poco acerca de ella, me la llevaré con prisa de vuelta a su lugar, frente a mis ojos, a la derecha del monitor.

Un camafeo.
Nunca supe bien qué era un camafeo hasta que éste que ahora tengo frente a mis ojos me fue regalado. Antes de eso, apenas si sabía de una canción de Spinetta que se llama así: 'camafeo'.
Este camafeo era de Claudina Zúñiga Maureira, mi suegra, mi segunda madre, recién fallecida. Como yo sentía que la piedra de mi madre había cumplido bien su misión, a la muerte de Claudina quise tener también un objeto de ella en mi lugar de trabajo. Lo pedí formalmente a la familia. Juntos examinamos su pieza, la habitación donde Claudina murió. La pieza donde no pude estar en el momento de su muerte, porque tuve que ir a trabajar. Era domingo y tuve que ir a trabajar.
De los objetos posibles de recuperar de Claudina, descarté todos los santos y pontífices de su repisa. El reloj de pared donde veía la hora de sus remedios me pareció inadecuado. La cajita de bronce donde guardaba su protesis dental era algo excesiva. Pero en la maleta de las fotos encontramos el camafeo, que ahora me acompaña. Me lo dieron. Dicen que era de su madre, y de la madre de su madre.

Habitualmente lo tengo en el parlante derecho, enganchado en la tela negra que envuelve el dispositivo. Pero en la noche, al irme de la pega, no lo dejo ahí, sino que lo desengancho y lo guardo en el cajón del escritorio. Nunca se sabe.

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