viernes, 29 de agosto de 2014

Pequeños detalles




Habitualmente caminamos la mañana de Santiago buena parte del año. Entre el apuro de los conciudadanos habituales, tratamos de mantener la serenidad de la marcha. Sin prisa, pero sin pausa, avanzamos reconociendo pequeños detalles en la ciudad.


Y claro: lo acostumbrado esconde repeticiones y rutinas, pero el cambio de un año al otro también muestra el lento pero persistente cambio de piel de la urbe.

Para hacer equilibrio entre lo repetido del trayecto y la novedad de cada jornada, tratamos de ir variando levemente la ruta. En el cuadriculado urbano, es fácil descubrir los múltiples caminos que llevan a Roma. Sólo es cosa de doblar una esquina más allá, cruzar del Sur al Norte por un semáforo distinto, o a veces apenas basta avanzar por la vereda contraria.

Los pequeños detalles saltan entonces a la vista, si uno los quiere descubrir. 

En cierta esquina, una casona de dos pisos, ha resistido el avance de las demoliciones con su dignidad de palacete de segunda. Toda la planta baja mostraba desde hace años las inevitables capas de graffittis. Pero entre la maraña de signos, destacaban unos dibujos de alta calidad. Se trataba de unas ilustraciones que mostraban a un par de niños jugando a las escondidas. La obra estaba hecha justo en un pilar del edificio. Entonces, aprovechando la estructura, por un lado de la misma estaba la imagen de un niño contando hasta cien antes de salir a buscar. Por el otro lado de la columna, la figura de una niña a medio esconder completaba la picardía y el encanto de la composición. Bonito e ingenioso.

Pues bien. Hace unos días descubrimos que los diseños habían desaparecido. En un feroz contraataque gráfico de los dueños de la mansión, una rotunda capa de pintura blanca cubrió todos los colores. En cualquier caso, creo que es entendible el gesto restaurador de los propietarios.  Cada uno hace lo que quiere (y lo que puede), con sus propios muros. Además, supongo que ser frágil y efímero está entre las reglas del juego del arte callejero. El graffitti es una disciplina que desafía el aura de solemnidad de la academia, y ser borrado es parte de su esencia.  Tarde o temprano, nuevos bosquejos reemplazarán a los que han sido borrados. Son las leyes de esta selva.


Igual se agradecen los buenos momentos de contemplación que los dos niños imaginarios nos dieron durante cerca de un año.  Como buen arte, supieron conmover y llamar la mirada. Es tiempo de otros trazos, otras formas.

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