jueves, 14 de agosto de 2014

Tratábamos de volver desde Valparaíso




(Publicado hace años en la revista Rockaxis, en mi desaparecida columna "Paisaje Sonoro")



Tratábamos de volver desde Valparaíso ella y yo, el corazón repleto y los párpados pesados de noche y conversa. Las ganas de seguir en una charla eterna con amigos nos retrasaban. Nos rezagaba también un sol que no vemos hace rato en un Santiago demasiado natal.
Nos retrasaba el mareo de la feria larga, ofreciéndonos cachureos insustituibles, que no aparecen en otras ferias de la patria: botas para todos los terrenos, calcetines sicodélicos, vinilos que no tengo donde hacer sonar, violines irremplazables, un porta rollos de papel higiénico de mil novecientos algo.
Nunca quiero regresar desde Valparaíso, pero al final igual lo hago. Es la manía completa: ir de allá para acá, dejando pedacitos de alma en los sillones.
Con lento deambular nos acercamos al rodoviario. Después de una cálida comida chatarra en un local de por ahí, (si: hay comida que sea cálida y chatarra), cruzamos la plaza O'Higgins rumbo al terminal de buses. En su centro, a los pies del monumento, dos predicadores evangélicos lanzaban su mensaje de salvación hacia los transeúntes que nos negábamos a ser redimidos en ese domingo brillante. Por los costados de la plaza, comercios callejeros y artistas hacían su oferta y su show.
Frente a la avenida Pedro Montt, un señor que exhibía su dispersa mercadería nos retuvo: era una serie de tallados en madera, de distintos tamaños. Pájaros, figuras humanas, mujeres, niños, animales. Con su desarrapada pinta y la sonrisa iluminada, comenzó a vendernos sus piezas, demasiado hermosas, rudas, fuertes, magnéticas y puras. La madera tomaba formas que parecían salir de un escondite para nacer en luz dominguera tras una larga incubación de leño y madero.
Elegimos una obra pequeña e inconclusa. Severo raulí ocre y áspera al tacto, representaba a una mujer embarazada y de rodillas, como protegiendo al ser dentro de su vientre. Él nos dice "es la Pacha Mama". Mientras la envuelve, pregunto de dónde saca materia para sus obras. De su confusa y sonriente respuesta entiendo que la consigue "por ahí". Le pago, y nos despedimos con un efusivo apretón de manos. Antes de irnos, el señor nos mira y, entre risas dice: "¿cierto que parezco artista?".
Con su pregunta se hizo el silencio en la media tarde de Valparaíso, silencio de todo ruido humano. Se interrumpieron los gritos de vendedores callejeros y la proclama de la buena nueva. Los motores dejaron de rugir, y las micros subieron trabajosa y silenciosamente empinadas avenidas. Las naves en la rada dejaron sus soplidos para una eternidad distinta a esta. El andar de los paseantes sobre sus veredas dejó de marcar su redoble de apuro y caos.
Sólo el viento mantuvo su leve sonata, despeinando a la gente desprevenida que no se percataba de la súbita mudez de la ciudad. Un leve rumor de olas y una que otra gaviota acompañaban a la brisa en su sonar.
El silencio ingrávido nos afirmó en el aire. Nuestras mentes podían ver en alguna ladera de los cerros de Valparaíso al señor recorriendo rincones dolorosos, descubriendo viejas vigas abandonadas, despojos de derrumbes invisibles, árboles a medio vida trepando la quebrada de más allá. Vimos la materia prima de su arte uniéndose a sus manos amorosas, a sus herramientas fieles y gastadas. Por un pequeñísimo momento se pudo oír claramente entre la tenue ventolera, el golpe del formón dándole ser a sus pequeñas obras.
Después de su pregunta, vino la respuesta de labios de ella: "por supuesto que eres artista". Con un suspiro y en un mínimo salto de reloj, los sonidos habituales se apoderaron otra vez de la tarde del domingo. Nos alejamos, convencidos de volver alegres de una buena vez a la ciudad demasiado natal. Guardamos con cuidado nuestra Pacha Mama en la mochila, mientras el artista embolsaba su billete y se despedía de nosotros.
Ya no es tarde ni temprano. El regreso no tiene fin. Los tiempos pasan y traspasan: la Pacha Mama cuida su sitial en una casa perdida de Santiago. Valparaíso está allá, esperándonos, buscándonos.
A veces nos da por olerla. Con su fuerte aroma a madera vivida y trabajada, se hace un silencio breve, que alcanza para seguir caminando por acá.


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