(Publicado hace años en la
revista Rockaxis, en mi desaparecida columna "Paisaje Sonoro")
Tratábamos de volver desde
Valparaíso ella y yo, el corazón repleto y los párpados pesados de noche y
conversa. Las ganas de seguir en una charla eterna con amigos nos retrasaban.
Nos rezagaba también un sol que no vemos hace rato en un Santiago demasiado
natal.
Nos retrasaba el mareo de la feria
larga, ofreciéndonos cachureos insustituibles, que no aparecen en otras ferias
de la patria: botas para todos los terrenos, calcetines sicodélicos, vinilos
que no tengo donde hacer sonar, violines irremplazables, un porta rollos de papel
higiénico de mil novecientos algo.
Nunca quiero regresar desde
Valparaíso, pero al final igual lo hago. Es la manía completa: ir de allá para
acá, dejando pedacitos de alma en los sillones.
Con lento deambular nos acercamos
al rodoviario. Después de una cálida comida chatarra en un local de por ahí,
(si: hay comida que sea cálida y chatarra), cruzamos la plaza O'Higgins rumbo
al terminal de buses. En su centro, a los pies del monumento, dos predicadores evangélicos
lanzaban su mensaje de salvación hacia los transeúntes que nos negábamos a ser
redimidos en ese domingo brillante. Por los costados de la plaza, comercios
callejeros y artistas hacían su oferta y su show.
Frente a la avenida Pedro Montt,
un señor que exhibía su dispersa mercadería nos retuvo: era una serie de
tallados en madera, de distintos tamaños. Pájaros, figuras humanas, mujeres,
niños, animales. Con su desarrapada pinta y la sonrisa iluminada, comenzó a
vendernos sus piezas, demasiado hermosas, rudas, fuertes, magnéticas y puras.
La madera tomaba formas que parecían salir de un escondite para nacer en luz
dominguera tras una larga incubación de leño y madero.
Elegimos una obra pequeña e
inconclusa. Severo raulí ocre y áspera al tacto, representaba a una mujer
embarazada y de rodillas, como protegiendo al ser dentro de su vientre. Él nos
dice "es la Pacha Mama".
Mientras la envuelve, pregunto de dónde saca materia para sus obras. De su
confusa y sonriente respuesta entiendo que la consigue "por ahí". Le
pago, y nos despedimos con un efusivo apretón de manos. Antes de irnos, el
señor nos mira y, entre risas dice: "¿cierto que parezco artista?".
Con su pregunta se hizo el
silencio en la media tarde de Valparaíso, silencio de todo ruido humano. Se
interrumpieron los gritos de vendedores callejeros y la proclama de la buena
nueva. Los motores dejaron de rugir, y las micros subieron trabajosa y
silenciosamente empinadas avenidas. Las naves en la rada dejaron sus soplidos
para una eternidad distinta a esta. El andar de los paseantes sobre sus veredas
dejó de marcar su redoble de apuro y caos.
Sólo el viento mantuvo su leve
sonata, despeinando a la gente desprevenida que no se percataba de la súbita
mudez de la ciudad. Un leve rumor de olas y una que otra
gaviota acompañaban a la brisa en su sonar.
El silencio ingrávido nos afirmó
en el aire. Nuestras mentes podían ver en alguna ladera de los cerros de
Valparaíso al señor recorriendo rincones dolorosos, descubriendo viejas vigas
abandonadas, despojos de derrumbes invisibles, árboles a
medio vida trepando la quebrada de más allá. Vimos la materia prima de su arte
uniéndose a sus manos amorosas, a sus herramientas fieles y gastadas. Por un
pequeñísimo momento se pudo oír claramente entre la tenue ventolera, el golpe
del formón dándole ser a sus pequeñas obras.
Después de su pregunta, vino la
respuesta de labios de ella: "por supuesto que eres artista". Con un
suspiro y en un mínimo salto de reloj, los sonidos habituales se apoderaron
otra vez de la tarde del domingo. Nos alejamos, convencidos de volver alegres
de una buena vez a la ciudad demasiado natal. Guardamos
con cuidado nuestra Pacha Mama en la mochila, mientras el artista embolsaba su
billete y se despedía de nosotros.
Ya no es tarde ni temprano. El
regreso no tiene fin. Los tiempos pasan y traspasan: la Pacha Mama cuida su
sitial en una casa perdida de Santiago. Valparaíso está allá, esperándonos,
buscándonos.
A veces nos da por olerla. Con su
fuerte aroma a madera vivida y trabajada, se hace un silencio breve, que
alcanza para seguir caminando por acá.
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