Usted fuma
Usted fuma
en la mañana. Usted avanza por el limpio aire con su cigarro en la mano, y la
humareda que deja a su paso ataca a los que caminamos más atrás.
¿Por qué
fuma usted en la mañana? ¿Cree usted que la ansiedad es tanta que sólo un
cilindro entre sus labios se la calmará? No lo entiendo, no lo puedo entender.
Supongo que
usted no se lo cuestiona. Simplemente va y enciende su fueguito torpe y llena
de hollín el principio del día. El suyo y el mío. Más el mío que el suyo,
porque, según veo, es mucho más el humo que expulsa que el que traga. ¿Por qué
no se traga todo el humo, si es tan rico el asunto? Sea egoísta, por favor, no
le convide de su cáncer a nadie más.
Usted
ensucia la brisa mañanera como si tal cosa. Usted tapa el sol con las volutas
de su emanación. Usted avanza paso a paso por las aceras, pero retrocede a
pasos agigantados en el reloj del tiempo por vivir. Y se sonríe. Canchero.
Usted fuma
en mi mañana, arde y ensucia en la mañana de sus conciudadanos, pero eso no le
interesa. No tiene por qué preocuparse. Si no le importa acongojar a sus
pulmones, menos va a pensar en esa abstracción que se llama “prójimo”. Qué le
van a interesar los detalles de su propia y segura enfermedad futura, los
detalles del tratamiento, las caras de sus familiares cargando su cuerpo
moribundo y canceroso, su cuerpo muerto, por fin sin echar humo.
Usted fuma
en la mañana del último de sus días.
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