martes, 2 de diciembre de 2014

El fuego de la primavera

Ya llegamos hasta acá. Apenas unas frase sueltas nos orientaron en camino hacia uno de estos días. Era sábado y se nos aparecían pantalones amarillos. Primavera, primavera, primavera para todos, para nadie.
Las tardes de luz y sol son un premio para los que supieron seguir vivos y anhelantes.
La patria es un pequeño incendio, y el viento trae un rock and roll tras otro, como si nada, como si todo el mundo se contagiara repentinamente de una fiebre que no reconoce vacuna ni remedio.
Por supuesto que todo esto puede ser nada más que una falsa impresión, una alucinación que entra por los audífonos directo hasta el alma. Y es que en las noches aún gobierna algo del frío. Y el mendigo que vive en la Alameda con Las rejas tiene que seguir cubriendo su desnudez con frazadas viejas y dos o tres perros que lo acompañan en su trasnoche eterno y entumido.

Pero las caras de mi gente pareciera que cargara un poco más de esperanza en que lo de la otra esquina va a cambiar desde un color endurecido a un tono de embriagante lucidez. Me veo en las caras de todos los demás que, como yo, se dejan caer en el vuelo de la noche de cada uno.

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