Lo que el
tiempo no sabe sanar se queda allí
esperando
por su medicina.
Entonces
llegan bocanadas de aire
que nos
buscan,
que nos
hallan en mitad de los afanes.
Y hay de
pronto una necesidad de árboles,
con sombra
y hojas que se caen.
Cada día el
sol insiste
en irse a
sus trabajos.
Mientras
eso sucede
uno queda
mirando
las
desperdigadas piezas del rompecabezas.
Alguna vez
estuvo la intención de armarlo.
Ahora sólo
queda esperar,
a ver si
cada una encaja en la otra
por su
propia voluntad,
moviéndose
hacia su resolución.
Lo que no
se sana en este instante
sigue allí
latiendo
a la espera
de su siglo.
Luego la
luna
y algún
otro cuerpo de lo más celeste
comienzan a
contarse en voz alta
sus
secretos.
Se vuelve a
caminar
(se vuelve)
y hay
bosques y hay moléculas de oxígeno
que salen a
buscarte.
En tanto,
las piezas
del rompecabezas se dejan mirar.
Alguna vez
alguien aguardaba
el
movimiento de las partes
pero eso no
sucederá.
Quizás un
año de estos,
un día o un
segundo
estirarás
la mano,
acomodarás
alguna pieza,
en una de
esa dos
o tres.
Sentirás el
viento en tus cabellos
y un canto
vegetal confirmará
que hay
tanto calendario por llegar.
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