jueves, 15 de enero de 2015

Fiesta de empresa



Las fiestas de fin de año de las empresas pueden adoptar variadas formas. Desde emotivas ceremonias donde la organización reconoce lo bueno y lo malo del período, hasta desordenes bajo control, versión moderna del “pan y circo”, con DJ y cotillón para las masas.

Los organizadores (muchas veces la gerencia de recursos humanos) ofertan una  utopía en la cual los trabajadores son “colaboradores”, y los jefes son “líderes”. En la ocasión, todos celebran en una extraña fraternidad forzosa, ayudada por la barra libre y la estridencia de la música. Durante esa epifanía de oficina,  la empresa es una “familia” que reparte regalos (generalmente relojes), para los sobrevivientes y perseverantes. 

Poco importa que al otro día, pasada la caña y el hachazo, la situación siga donde siempre estaba antes. Los sueldos, por supuesto, estacionados y enganchados. Los bonos, los premios, las mejoras, en eterno estudio porque “el año ha sido difícil” y el que viene se anuncia peor. No pocas veces, después de la celebración de diciembre, vienen los despidos de fin de año.

La fiesta final de la empresa puede ser, en definitiva, un carnaval extraño en un país que niega el carnaval (valga la redundancia). Impera un módico “todo vale”, que permite que los subordinados, pasados de copas, se manden alguna broma para el jefe.

En cualquier caso, el carnaval que la empresa ofrece a los trabajadores, siempre es un ritual donde el trasfondo es, quiérase o no, la ideología y el mensaje empresarial, cubierto de brillo, buffet y celebración: No podemos (no queremos) arreglar la situación de los empleados, pero los valoramos mucho, (no en dinero eso sí, no hay que ser materialistas). Por eso les procuramos estas horas de jolgorio y diversión. Y si es posible pasar otros mensajes (crisis, pérdidas, problemas), se hace. Así se le agrega una dosis de “sentido del deber” y “sacrificio” al ceremonial defin de año. Sacrificio que comienza desde la parte baja del organigrama y que, rara vez, llega a las alturas.

Hay ocasiones en que la carnavalización alcanza niveles curiosos. Especialmente si vienen desde las gerencias. No son pocas las veces en que los más altos ejecutivos se disfrazan, por ejemplo, para actuar en dudosas performances. Así, por una sola vez en el año, los empleados se ríen de ellos directamente. Todo muy controlado, todo muy respetuoso. Carcajadas, si, pero sin perder el respeto.

Supimos de una fiesta reciente, donde la plana mayor de cierta empresa asumió el papel de comediantes. El tema era una extraña mezcla entre las teleseries “Pituca sin lucas” y “Las mil y una noches”. El leitmotiv central de su presentación era el pésimo presente y el oscuro futuro de la empresa. Sin dar cifras, pero asustando a todo el personal, la plana mayor, lejos de motivar a su gente, instaló una fuerte tensión en la fiesta, para llamar después a un dudoso brindis. Las sonrisas de muchos trabajadores se congelaron, preocupados por el futuro inmediato. No pocos se quedaron en la “celebración”, sólo por disfrutar de la barra libre.

Hay que decir un detalle no menor en esta historia: la empresa donde la gerencia se identificó con la “Pituca sin lucas” tiene negociación colectiva en unos meses más. Claro: el chiste no era nada de inocente. Había que llorar en público y sin pudor, para que, a la hora de negociar, los trabajadores no se fueran a subir por el chorro. Que haya más circo, pero no más pan.

Si se piensa bien, lo relatado no tiene nada de extraño. Si uno compara este tipo de actuación, con el llanterío desatado por los altos dirigentes del empresariado, ante un año que anuncia reformas laborales, se puede decir, como Salfate, que “todo calza”. Los millonarios lloran crisis y frenazos, mientras bancos, Isapres, AFPS negocios están más florecientes que nunca.  Para adoctrinar a las masas se monta un sketch, una función teatral, donde con risas y lágrimas, se intenta convencer al trabajador para que siga donde mismo está. Cuidar la pega, no pedir, no poner en peligro lo poco que se ha logrado.

Creemos que el chiste no tiene gracia. Creemos que la tragedia no es tan trágica. La pituca sí que tiene lucas, solo que no las quiere repartir. Claro que los tiempos vienen cambiando, y hay que estar atentos para no comerse los amagues y dejarse convencer por “liderazgos” con vocación melodramática. La realidad exige cambios, es imperativa una distribución más justa de la riqueza. En cada empresa y en el país. Para eso se negocia colectivamente, para eso la gente se debe organizar y movilizar. Para que no nos hagan, una vez más, reír con un chiste repetido y fome. 

Pablo Padilla Rubio
Dirigente Sindical

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